La cascada de sonados fracasos que está provocando en los equipos nacionales europeos de Piragüismo el sistema de clasificación para Río 2016, invita a reflexionar seriamente sobre la importancia que, cada vez más, tiene la rigurosa definición de objetivos a largo plazo. Cuando el desafío olímpico aparece en el horizonte de la vida deportiva de los jóvenes piragüistas, es muy difícil que éstos se pongan en el pellejo de tantos piragüistas europeos de renombre, acostumbrados a estar entre los mejores y que, en fechas como las que nos encontramos, luchan desesperadamente contra la frustración que les provoca la no clasificación para Río 2016, tras, al menos, cuatro temporadas de dedicación exclusiva al entrenamiento. Por contra, miles de piragüistas que ya saben lo que es triunfar en categoría juvenil y Sub 23, se ven deslumbrados por el realce que los medios de comunicación dan a las gestas olímpicas de los Craviotto, Brendel o Kozák, y como los apóstoles de Jesús, que sin dudar un solo instante, accedieron a seguirle dejando en la playa los aparejos de pesca, estas promesas olímpicas en ciernes dejarán a un lado cualquier otra tarea, académica, laboral o privada, en la que se encuentren enfrascados y caerán en la tentación que supone la muy arriesgada empresa de querer ser campeón olímpico. Las escenas de satisfacción que aparecen tras alcanzar la gloria olímpica, esconden la dramática realidad de una selección cruel e injusta allá donde el Piragüismo de pista tiene más implantación y tradición: Europa.
Las razones que han provocado tales niveles de dificultad para que un piragüista llegue a ser olímpico en las últimas y próximas ediciones, quedan explicadas por la aparición de cuotas exiguas, debidas a la limitada capacidad organizativa en los JJOO tras la inclusión en las últimas ediciones de nuevos deportes y categorías en el programa olímpico. Si a esto sumamos la injusta y desproporcionada aplicación del principio de universalidad, frente al criterio de rendimiento, sea cual sea el origen del deportista, no quedarán dudas sobre el componente casi épico que adquiere la clasificación en algunos deportes y continentes. El mejor ejemplo lo ofrece el Piragüismo de Pista en Europa, donde la implantación y nivel competitivo del mismo está muy por encima del resto de continentes y, por contra, la cuota a la que tienen que enfrentarse los piragüistas europeos, provoca auténticos destrozos entre los cientos de piragüistas que frecuentan la parte más alta del ranking mundial y europeo.
Esta particular situación del Piragüismo de Pista en Europa, obliga a que los cuerpos técnicos de los Equipos Nacionales ayuden al joven palista a fijar objetivos no solo relevantes, sino también alcanzables, realistas, con un razonable nivel de riesgo en la lucha por su consecución. Además, resulta ya ineludible, el que los programas de Detección de Talentos incluyan en los criterios de selección, herramientas de valoración eficaces que no solo descubran potencialidades fisiológicas, motrices y morfológicas siempre necesarias, sino que también ayuden a seleccionar a deportistas con rasgos de personalidad que en el futuro le permitan asumir el fracaso y la frustración por la no clasificación olímpica, como un refuerzo (en este caso, negativo) para la planificación de futuros desafíos y no como un “manotazo duro, un golpe helado”, que acabe truncando una carrera deportiva en la élite, todavía incipiente.
Carlos-M. Prendes García-Barrosa