El maestro Pérez-Reverte lleva unos cuantos años diciendo que «ésto se va al carajo». Se refiere a la decadencia de nuestra civilización, de los valores que han forjado nuestra cultura desde Grecia, Roma, el Cristianismo, la Enciclopedia, etc. Quienes al entrevistarle le escuchan tan rotundo y pesimista, le preguntan a continuación que cuál es la solución para evitar tal desastre. Y él responde, dejando claro que ya es tarde y que ésto no hay quien lo pare: «educación, mucha más educación».
Muy de cuando en cuando, el cine nos ofrece películas que acaban siendo «obras maestras». Que la fotografía, el vestuario o la banda sonora estén al nivel de la dirección y el guión es fundamental para que una película alcance tal distinción. En cualquier caso, no puede faltar la interpretación soberbia del protagonista. Hoy nos hemos levantado con la noticia de la muerte de Robin Williams. Su interpretación en «El Club de los Poetas Muertos» («Dead Poets Society»; 1989) hizo que el maravilloso guión de le película se multiplicara en belleza.
El que una película que tan bien refleja la importancia de la didáctica, de la forma adecuada de enseñar, llegue a tantos millones de personas en todo el mundo, preocupados algunos de ellos por la necesidad de educar más y mejor a las personas, es una pequeña gota de esperanza en el calamitoso horizonte que anuncian Pérez-Reverte y muchos otros distinguidos intelectuales que coinciden en el negativo diagnóstico del escritor cartagenero.
Las «obras maestras» deben observarse, oírse, leerse, etc, tantas veces como sea necesario para disfrutar de su belleza. El fallecimiento de Robin Williams es una excusa perfecta para volver a ver «El Club de los Poetas Muertos» y así poder sensibilizarnos, primero, y luego implicarnos más en la necesaria reforma de nuestro ineficaz sistema educativo en España.
Carlos-M. Prendes Gª-Barrosa