Tus primeros mensajes importantes me llegaron a través de tu voz. Esa que captaba tan fácilmente mi atención cuando en casa comíamos todos juntos, siempre juntos. Cada día. Y tú aprovechabas ese momento especial de la jornada para dejar clara tu opinión sobre tantos temas. También me dejaste claro el mensaje mientras recogíamos en la carnicería al acabar la jornada, cuando amarrábamos chorizos, cuando nos reunías a Los Gorilas a tu alrededor en el gimnasio del muelle con el potro de gimnasia delante de ti, haciendo de atril para tus notas. Como los buenos oradores, tu voz se enfatizaba en la parte del mensaje que tú querías. En la parte del mensaje que tú considerabas como la clave.
Otros mensajes importantes, me llegaron a través de tu escritura. Algunos tenían como finalidad el informarme sobre mis obligaciones en la jornada de trabajo en la carnicería o en la “choricera”. Otros, sobre la organización del entrenamiento de Los Gorilas o qué tipo de precaución debía yo de tener al conducir la furgoneta del club en tal o cual tramo de la carretera. Los más preciados son los muchos que me escribiste motivándome, animándome, aconsejándome de cara a un examen, una regata, un viaje o una “duda existencial”. Al entrar por la mañana en la cocina, aparecían apoyados en el azucarero, en frente de mi taza del desayuno. Escritos en el reverso de una participación de lotería del club o en un trozo de papel de envolver carne. Aunque no lo creas, los tengo guardados casi todos. La redacción era clara y precisa. La caligrafía propia de un amanuense. Tú nunca rehuiste la conversación cara a cara. Más bien la propiciabas. Sin embargo, siempre me dio la impresión de que te sentías especialmente cómodo expresándote con el papel y el bolígrafo. En relación a la caligrafía, y como sucedía en tantas otras cosas, siendo adolescente, yo quería ser como tú. Me explicaste cómo había que sujetar el bolígrafo entre los dedos corazón, índice y pulgar para facilitar esa escritura en cursiva tan característica en ti, como había que ejercer la presión justa contra el papel para poder unir sin dificultad todas las letras en cada palabra, dándoles el espacio justo entre ellas. Y si tus “notitas” eran fiel reflejo de tu personalidad, qué voy a decir de tus cartas. Las que me mandaste a la concentración de turno, a la Blume o al cuartel en Mahón. Esas también están a buen recaudo. Escritas incluso con más precisión caligráfica que las notas del desayuno. Todas tus cartas completan un tratado de buena conducta. “Coaching for life”. Y antes de tu peculiar firma, la referencia a tus oraciones al Cristo de Candás y la Virgen de Covadonga pidiéndoles por mí.
La causa de no haber caído en la desesperación tantas veces que te he extrañado en estos dos años que han pasado desde que te fuiste, ha sido el poder seguir contando contigo cada vez que he necesitado ayuda. El canal de comunicación ya no es la voz, ni el papel, pero, de igual modo, el mensaje me llega claro y diáfano. Y como ya ha pasado un tiempo sin que hayas visto lo que se cuece por aquí, las dudas que preceden a nuestro “contacto”, de si sabrás interpretar la situación que te voy a plantear, se disipan pronto. A fin de cuentas tú siempre has sido muy coherente. En cuestiones fundamentales tu nunca has “cambiado de chaqueta”. Los tiempos cambian pero tú sigues siendo el mismo. Y eso me tranquiliza y me fortalece. El mensaje que me mandas ahora, desde el cielo, es el mismo que me dabas cuando era niño, en mi juventud o en el comienzo de la madurez.
Seguimos en “contacto” papá.
Hazewinkel, 19-08-2013.