En este 2018 se cumplen siete años de la muerte de mi padre, Amando E. Prendes, y veinticinco del fallecimiento de mi abuelo, Amando Prendes de la Viña. El año 1993 marcó un cambio importante en mi vida. No conseguida la tan ansiada clasificación para competir en Barcelona 92 con el Equipo Olímpico Español, me fui a Mahón para cumplir el Servicio Militar. Aquel destino, en forma de retiro obligatorio, me permitiría analizar la situación en la que me encontraba, para luego diseñar el camino que quería recorrer desde entonces en la vida. En primer lugar, tenía que elegir el campo profesional en el que quería desarrollar mi capacitación como docente-entrenador. Además, el noviazgo con quien hoy es mi mujer, necesitaba de un final feliz y no era fácil decidir cómo seguir avanzando juntos, cuando nuestras vidas, discurrían entonces por territorios y ocupaciones distintas. No tardé en asumir que mi vida como deportista de alto nivel había llegado a su fin. A pesar de ello, sentía todavía el compromiso hacia mi padre y mi club para competir por Los Gorilas mientras mi estado de forma lo permitiera. Las jornadas matutinas de instrucción militar, tenían, casi a diario, su continuidad con sesiones de entrenamiento fuera del cuartel. Ya fuera en la piscina municipal, nadando con las palas, en este caso sujetas a las palmas de mis manos, o moviendo mancuernas y poleas en el gimnasio, intentaba compensar la falta de medios en la isla para practicar Piragüismo en Aguas Tranquilas. Cuando contaba los días para disfrutar de un permiso navideño con mi por entonces novia, en Bélgica, me llegó la noticia, a través de mi padre, de la grave enfermedad que poco después acabaría con la vida de mi abuelo.
El Campeonato de España de Larga Distancia de 1993 supuso el último de mi carrera deportiva. A pesar de no llegar al mismo con la debida preparación, tenía yo motivaciones muy fuertes que me auparon hasta mi último podium: mi abuelo había fallecido muy pocos días antes de la celebración del Campeonato y aquella inesperada medalla estaba dedicada a él, en la figura de mi padre, allí presente, para recibir el emotivo homenaje póstumo a mi abuelo, de la organización del Campeonato. En el intervalo de tiempo que transcurrió desde que desembarqué, tras la regata, y la entrega de medallas, recibí de parte del entonces Director Técnico de la Real Federación Española de Piragüismo, José Luis Sánchez, una oferta para ser el Entrenador Auxiliar de Alexander Nikonorov, recién contratado como Entrenador Jefe del Equipo Nacional de Piragüismo.
Todas las incertidumbres que rondaban mi cabeza en los cafés del puerto de Mahón, tras los entrenamientos que apuntaban a aquel campeonato tan especial para mí, acabaron despejándose. Mi padre respiró reconfortado por el reconocimiento póstumo que recibió mi abuelo a la vez que disfrutó orgulloso de mi regata. Pocos meses después de aquellos acontecimientos, Ingrid dijo que sí a mi petición de matrimonio. Tras el Campeonato de España de Invierno del 93, comencé un periodo muy fructífero, en lo que se refiere a mi formación como técnico, al lado de quién hoy es reconocido como uno de los mejores entrenadores de Piragüismo del mundo. Entendí aquella oportunidad que se me daba, como parte del proceso de identificación con la figura de mi padre, mi entrenador, a quién siempre tengo como ejemplo, modelo y guía.
Es esta ocasión llega con retraso a mi blog el recuerdo que en su día me propuse dedicarle a mi padre, cada aniversario de su fallecimiento. Mi falta de puntualidad no es sino la confirmación de la relajación en el nivel de exigencia por el que tanto velaba mi padre, en la figura de sus hijos y pupilos. A todos nosotros nos educó con enorme exigencia. Aún así, siempre inferior a la que para consigo mismo él tenía. Son muchos los motivos por los que echo de menos su presencia cercana. Mi padre se sentía orgulloso del comportamiento de sus hijos. Sin embargo, no le temblaban el pulso y la voz cuando, también en nuestra madurez, tenía que reprocharnos, con la contundencia que hiciera falta, un comportamiento que el considerara poco acorde con la educación que nos inculcó. Echo de menos esas arengas de mi padre, difíciles de digerir en el fragor de la discusión, pero tan beneficiosas en la reflexión posterior, para reconducir nuestra vida por el camino correcto.
Carlos-M. Prendes García-Barrosa
Genk; 05-09-2018