¿Que el mensaje del Evangelio no está vigente en nuestros días…? Termina el correspondiente al día de hoy con la siguiente cita: “Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado». Vivimos tiempos en los que cualquier don nadie se auto promociona y ensalza sin rubor ninguno. Por si fuera poco, estas mediocridades, si tienen algo de poder mediático, político o de cualquier otro tipo, aparecen en nuestras vidas como modelos infumables de conducta. Resulta grotesco, por no decir obsceno. Me quedo, por supuesto, con el mérito, el talento y la excelencia humilde y discreta. En cualquier campo: el empresarial, cultural, académico, artístico, político o deportivo.
Y como es este último el que mejor conozco, cuántos ejemplos podría poner de deportistas encantados de haberse conocido, que en apariciones constantes en redes sociales, medios de comunicación y demás, nos deleitan con sus sorprendentes resultados deportivos en competiciones de dudoso nivel y reclaman sin rubor, ni merecimiento, un puesto en el Olimpo de los Dioses.
El consuelo ante semejante desparrame de autobombo es la irremisible humillación de estos adictos a la fama que anunciaba San Lucas en el evangelio de hoy. Cuando les llega el momento de la decrepitud física y sin esperar al juicio final en el que todos tendremos que rendir cuentas, el olvido y el ostracismo se instauran como única realidad en sus vidas. Por el contrario, aquellos deportistas que afrontan siempre la victoria y el éxito con humildad y respeto, siguen siendo ensalzados de por vida.
Evangelio según San Lucas 18,9-14.
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
«Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas’.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!’.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».
Carlos-M. Prendes Gª-Barrosa