La educación y el cariño que de mi padre recibí resultaron tan provechosos que no necesito de aniversarios para tenerle muy presente en mi vida. De todos modos, este quinto aniversario de su muerte es especial. Especial porque, además, es el cuadragésimo aniversario de su participación como entrenador del Equipo Olímpico Español en los JJOO de Montreal 76. Se cumplen cuarenta años de esa experiencia olímpica, que tanto representó para él, cuando, curiosamente, acababa de cumplir también cuarenta años. Me acuerdo de haber leído a Francisco Umbral, citando a Ingmar Bergman, el famoso cineasta sueco, en una de aquellas maravillosas columnas en la última de El Mundo: “Hasta los cuarenta años un hombre vive sus propias experiencias y luego se limita a comentarlas”. Teniendo en cuenta la relevante procedencia de la cita y mi propia experiencia vital, me da la impresión que toda persona experimenta a partir de los cuarenta años una vuelta al pasado, una nostalgia inevitable (he reprimido in extremis la inclinación natural a escribir “todo hombre” no vaya a ser que se me tilde de machista recalcitrante. Por cierto, menudas “gansadas olímpicas” que he leído los últimos días, escritas por “feminazis” que rezuman un autoimpuesto y obsceno victimismo en cada frase que escriben).
Mi padre nunca se cansó de contar su experiencia en Montreal 76. Sus relatos pretendían que todos los que le escuchábamos comprendiéramos lo que aquello supuso en su vida. Volvió a casa entusiasmado con los “dieces” de Nadia Comaneci y la elegante zancada de Alberto Juantorena para conseguir el más difícil todavía que supuso para el Atletismo Olímpico la victoria del cubano en los 400 y 800m. Contó y recontó la emoción experimentada, y revivida después cada vez que lo contaba, al desfilar tras la bandera española en la entrada al estadio olímpico en la ceremonia inaugural de los JJOO. Y si todo esto no fuera poco, mi padre participó activamente en Montreal 76, en la consecución de la primera medalla olímpica para el Piragüismo Español. Cuánta satisfacción, la que experimentó in situ, con la plata olímpica de Herminio Menéndez (su pupilo en Los Gorilas de Candás), Celorrio, Díaz-Flor y Misioné, en el K-4 1.000m. Una medalla histórica para el Deporte Español, a la que se sumaron los grandes resultados que supusieron el cuarto puesto de Seguín-Del Riego en K-2 500 m, el quinto puesto de la misma tripulación en K-2 1.000m y el cuarto puesto de Herminio en K-1 500m, a menos de una décima del bronce, lo que unido a la plata en K-4 1.000m le situaba ya entre los palistas más grandes del Piragüismo Mundial. En las temporadas 1975 -76 mi padre ayudó en las labores técnicas a Eduardo Herrero, el gran responsable de la modernización de las estructuras técnicas del Piragüismo Español. Y para mayor goce, tuvo mi padre a su lado en los JJOO a otro palista de Los Gorilas, a quién tanto él quería, Ramón Menéndez Palmeiro (“Moncho”), que participó en la Olimpiada como reserva del equipo.
Tras Montreal 76 renunció mi padre, por sentido del deber, a seguir creciendo como técnico en el Equipo Nacional. Por delante del relumbrón al que apuntaba el Equipo Nacional de Piragüismo por la perspectiva de éxitos en los años venideros, situó el seguir haciendo crecer el proyecto familiar que había iniciado con mi madre, el negocio en forma de “Carnicería-Charcutería Hermanos Prendes” y el proyecto deportivo que suponía el Club Los Gorilas, a quién algunos años después incluyó también en el proyecto familiar cuando lo calificó como su quinto hijo.
Finalizados los JJOO llenó también mi padre su vida de recuerdos materiales traídos de Montreal con el fin de que aquella experiencia tan maravillosa pudiera pervivir en su memoria el mayor tiempo posible. En las repisas de mi casa se situaron “Amik”, el castor mascota de Montreal 76, y los esquimales en piragua tallados a mano por los Inuit en la piedra de jabón. En las habitaciones de mis hermanos y mía se pegaron los posters oficiales de los JJOO y los dibujos que adornaban su habitación en la Villa Olímpica, pintados por los niños canadienses en señal de bienvenida a los deportistas olímpicos. El cuadro con el diploma que certificaba la participación de mi padre en los JJOO y la foto en la recepción que ofreció a los equipos medallistas el recién nombrado Rey, los puso mi padre en su despacho. En el salpicadero de su coche era fácil distinguir el logotipo de Montreal 76 y de una de las trabillas de su pantalón colgaba siempre el llavero que el Comité Olímpico Español hizo para los JJOO de 1976. Recuerdos éstos, que nos ayudan ahora a nosotros, sus seres queridos, a mantener viva la memoria de quien tanto marcó para bien nuestras vidas.
Quiero citar dos hechos que él siempre recordaba como colofón al relato de toda la historia vivida en Montreal: la emocionada visita a Lely, la tía de mi madre, monja de clausura en Trois-Rivières y el apoteósico recibimiento en Candás al Equipo Olímpico de Piragüismo, en una caravana de coches que sin dejar de atronar el claxon, transportó a los olímpicos candasinos y a algunos de sus compañeros de equipo desde el Aeropuerto de Ranón hasta La Baragaña, donde fueron recibidos y felicitados por todos los vecinos.
La presencia cercana de mi padre durante mi estancia en Río me resultó, por todos los motivos que os he contado, sumados a la coincidencia en fechas con el aniversario de su fallecimiento, muy intensa. Podréis entender ahora que cada felicitación que repartí a Saúl, Toro, Miguel García, Sete, Marcus, Brage, Artuur, etc., era, en parte, consecuencia del empujón con el que mi padre me impelía hacia el abrazo con ellos para transmitirles su enhorabuena y agradecimiento por tan felices momentos vividos por él desde los cielos, sobre la Laguna Rodrigo de Freitas.

Carlos-M. Prendes García-Barrosa.
Carlos leer tus relatos es un autentico placer. Desde la muerte de tu padre, seguir las competiciones en Trasona ya no es lo mismo. Saludos desde Antromero.
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Gracias Celestino. La pasión que demostraba por Los Gorilas y el Piragüismo en general, hacía que su manera de expresarse en las regatas fuera tan llamativa. Un abrazo.
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